
Michael nunca se habría cambiado de casa. Él habría preferido seguir en el mismo barrio, con los mismos amigos, saludando todos los días a los vecinos de siempre. Pero si Michael no hubiera llegado a Falconer Road, jamás habría descubierto la belleza y el misterio de todo cuanto nos rodea, ni hubiera aprendido que no hay mejor escuela que la de la vida; tampoco habría escuchado el verdadero latido de la naturaleza y, sobre todo, no habría conocido a Skellig, un ser extraordinario que cambió su vida y la de su familia para siempre...
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