Algunas son más valiosas que otras.
Farley Hope tenía diecisiete cuando su madre desapareció. Durante los últimos seis meses no mucho ha cambiado, excepto que su cumpleaños dieciocho llegó y se fue y aún no hubo señales de Moira. Su vida es tan complicada como siempre. Ya que padre murió en un accidente de coche antes de nacer, ella es oficialmente huérfana, y encima de todo aún sufre de alucinaciones. Alucinaciones vividas, destroza mentes, de la clase que inducen terrores nocturnos y te dejan sollozando bajo las mantas como un bebé.
Lo último que tiene en mente son los chicos. Farley está en un descanso de St. Judes cuando conoce a Daniel. Sin embargo, no es un encuentro casual en una fiesta o siquiera una cita a ciegas con amigos. Daniel es el chico que la sigue en su Dodge Charger 1970; el chico parado ante su ventana a la hora punta del almuerzo de LA, intentando persuadirla para que deje todo atrás y lo siga. Y es completamente ardiente.
En el momento que Farley posa los ojos sobre Daniel, todo cambia. Él es frío y retraído, pero hay grietas en su apariencia ruda… grietas que traicionan los secretos que está intentando ocultar con tanto ahínco. Farley es atraída a un mundo que destrozará todo lo que alguna vez creyó conocer. Hay verdades allá afuera que debe aprender: que el alma de una persona es su única moneda de cambio real, y que hay gente que haría cualquier cosa por tomar la suya; que amar a alguien puede herir tanto como odiarlos; pero, más importante, cuando tu futuro está predestinado, hay poco que puedas hacer para cambiarlo.
Farley Hope está profetizada.
Su llegada se ha esperado durante cientos de años.
Ella está destinada a terminar la tiranía de los Saqueadores de Almas.
Para hacerlo, debe morir.
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