Los corazones son cosas peculiares. Son músculos necesarios que nos mantienen vivos bombeando sangre y oxígeno a nuestras venas. Los corazones también son obligatorios, a menudo nos vuelven tontos. Nos arrastran hacia otros con una fuerza que duele, arde y sacia a todo al mismo tiempo.
Antes de que te des cuenta, esa masa de tejido ya no te pertenece.
Quizás nunca lo hizo.
En mi caso, esa atracción venía de una completa extraña que dejó mi corazón sintiéndose satisfecho y consumido.
No esperaba pelear con ella por el último puesto en la ciudad de Nueva York. No pensaba dejarla meterse debajo de mi piel. O la manera en que su vulnerabilidad me hacía pedazos y me obligaba a cuidarla. Ella no planeó dejarme presenciar su caos.
Su ansioso corazón y mi mente perfeccionista complicaban las cosas.
Y aunque no lo planificamos, nuestra interrupción en la vida del otro era exactamente lo que necesitábamos.
A veces el desastre es la parte más bella de la vida.
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